INMACULADA CONCEPCIÓN

INMACULADA CONCEPCIÓN

Gn 3,9-15.20, Ef 1,3-6.11, Lc 1,26-38

La fiesta de María invita a saciar la sed de la vida en la fuente escondida donde Dios sella la Nueva Alianza con los hombres. Dios viene a través de María. La fiesta de la Inmaculada Concepción sitúa a la Virgen desde el primer hasta el último instante bajo el signo de Dios.
La página del libro del Génesis se completa con la fuente de bendición del himno cristológico de Efesios. El proto-evangelio del Génesis se convierte en un anuncio de esperanza.
La historia del bien y el mal se sucede en el tiempo. La maldición inunda la historia de oscuridad y tensión. La bendición recae en la descendencia de Abrahán. El mal acecha, pero el bien es más fuerte y lo aplasta. La acción de Dios penetra en el silencio de la Nueva Eva y Ella se siente predilecta de Dios. La estética de Dios ha cristalizado en María y la Madre representa a una humanidad regenerada del mal en el mundo, porque es la criatura de Dios (Gen 3,9-15).

María es la primera creyente, elegida por el Padre para ser la fuente inagotable de la gracia que trae Cristo. La Virgen Madre es el templo santo e inmaculado del Verbo. La gracia es el don de Dios plenificado en la Virgen, para ser admirada de generación en generación. Todas las generaciones llamarán a la Señora, Bienaventurada. Nuestra vida adquiere sentido cuando la contemplamos bajo auspicios de maternidad.
Dios eligió a una joven galilea para ser modelo de amor, de ilusión, de fe según el beneplácito de su voluntad (Ef 1,3-6).

Dios ha actuado en María y ha sido trasformada por la gracia de Dios (Lc1, 26). Los cristianos también hemos sido trasformados por la gracia divina (Ef 1,6). El efecto se produce en las personas por el don de la gracia, pero María es el arquetipo de todos los cristianos, la primera de todos los creyentes. La trasformación acontece en María en virtud de la misión que va a cumplir: ser la Madre del Hijo de Dios.
María está llena de gracia porque así se proyecta la dignidad mesiánica de ser Madre de Jesús. Este don de la gracia es un patrón literario en algunos pasajes del AT (Gen 6,8; 18,3). El evangelista posiblemente se inspira en este molde literario que conlleva también la elección divina, para otorgar a la Madre del futuro Mesías este don. La gracia concedida a María por Dios va más allá de la simple elección.
Por eso afirma el Señor está contigo, está en conexión con el saludo a la doncella de Nazaret y al mismo tiempo con la teología veterotestamentaria de la Alianza. María es la Madre del Mesías y está revestida del Espíritu del Señor (Lc 1,26-38).

En clave franciscana: Al aceptar María la propuesta del ángel, se convierte en el “puente” que hace posible que llegue la Salvación hasta nosotros. Como nos dice Pablo, el Señor, antes de crear el mundo, ya nos eligió para que fuéramos “santos e irreprochables ante él; la pretensión de la humanidad de traspasar los límites que le confieren su condición de criaturas, para ser igual a Dios y poder decidir qué es el bien y qué es el mal, rompió esta alianza armoniosa entre Dios y los hombres ((1R 23, 1.2).
La decisión, por parte de Dios, de ofrecernos una nueva oportunidad de Salvación coloca a María, como símbolo de la humanidad, en la disyuntiva de aceptar o no el proyecto inicial de Dios para que seamos “santos e inmaculados” (2CtaF 4); por eso:
En el Saludo a la bienaventurada Virgen María se explicita lo que supuso la elección de María para ser Madre de Dios y poder colaborar en la construcción del Reino (SalVM 1-6).
En la festividad de la Inmaculada admiramos el proyecto inicial de Dios, que quiere una humanidad “santa e inmaculada”.
La responsabilidad de María a la hora de consentir en su maternidad divina se extiende también a todos los fieles seguidores de Jesús (2CtaF 53), puesto que todos hemos sido elegidos para darle un culto adecuado, que sea “alabanza de su gloria” (CtaO 8.9).

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