Pasteleros, ¿a sus pasteles?


Estén atentos, porque no saben cuándo llegará el momento.  Marcos 13:33

Platón escribió su obra quinientos años antes que San Marcos, sin embargo, lamento constatar que sus filosofías influyen más sobre el mundo moderno que el evangelio.  Platón es teórico, perfeccionista y divide nuestra simple humanidad en cuerpo y alma.  Extrañamente, muchos creen que Jesús enseñó esas ideas y que están en la Biblia. Por eso, las toman como parte de su religión.  Pero no es así.  Es platonismo puro, compañero, perfección sin compasión. 

Platón escribió diálogos, en las cuales diferentes personajes debaten temas con Sócrates, bajo el pretexto de que juntos, van a descubrir la verdad.  Lo obvio es que Platón cree haber descubierto su verdad ya, y usa los diálogos para difundirla, creando, además, la ilusión de participar en la búsqueda y hallazgo de la tal certeza perfecta e inmutable. 

Su obra maestra se llama La República.  En realidad, está mal traducido.  Debe llamarse El Estado, o bien, La Política.  El subtítulo nos asegura que trata sobre la bondad y la justicia.  Pero si uno lee un poco, va a encontrar que el título más apropiado sería algo como La política represiva del estado totalitario y despiadado: una redefinición de la justicia.

Los modernos asociamos las repúblicas con la superación de monarquías despóticas mediante la introducción de la democracia.  La república que propone Platón es una monarquía despótica.  Los iluminadísimos filósofos-reyes deben (según él) imponer su versión de la bondad sobre todo el pueblo, por la razón o la fuerza.   Más frecuentemente, es por la fuerza.  Crea un estado militarizado, con tres clases sociales: el filósofo-rey, los soldados y los demás. 

Los demás tenemos que olvidarnos de querer alguna vez participar en el proyecto social del bien común.  El estado, mandado por el rey iluminado, es por definición, perfecto.  Por ende, cualquier sugerencia, propuesta o novedad se entiende como un atentado a la consagrada perfección.   Los soldados llevan detenidos a los innovadores.  Y quedan vaporizados.

La justicia, entonces, según Platón, consiste en que cada uno atienda exclusivamente a lo suyo, sin meterse en cosas ajenas.  Los zapateros deben hacer zapatos, comer y callar.  Los panaderos deben hacer pan, y no preguntas.  De ahí, el dicho,pasteleros, a sus pasteles, (que no está en la Biblia, por si acaso).  La justicia platonista no es solidaria.  Si los niños se mueren de hambre en África, es problema de ellos.  No hay que vivir atentos, sino anestesiados.

La propuesta de especialización era revolucionaria en Atenas, donde el ideal consistía en que cada uno hiciera de todo para participar plenamente en un proyecto común.  Los modernos nos creemos muy democráticos, porque no tenemos reyes y votamos.  (Bueno, algunos votamos.)  Sin embargo, en el fondo, somos individualistas, cada pastelero preocupado de sus propios pasteles, sin mirar fuera del propio metro cuadrado.  El sueño de un mundo más justo es subversivo.  Guardas silencio, o pagas el precio.  Insistimos, a pesar de un macro-debacle económico, severos cambios climáticos y violencia globalizada, que todo está perfecto. 

El evangelio llama a estar atentos, a fijarse en lo que está sucediendo en cada rincón de esta aldea global. Los discípulos de Jesús vigilan los signos de los tiempos.  No es para meterse en asuntos ajenos, sino para asumir la responsabilidad por el conjunto. Nadie sabe cuándo el Padre celestial va a pedir la rendición de cuentas.  Más urgente, cuando menos se espera, llega el momento preciso para ejercer la compasión solidaria con el hermano necesitado, así demostrando que somos herederos del Reino, y no solamente pasteleros de La República.

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