LA MISA EN CLAVE CATEQUÉTICO-PEDAGOGICA


La misa es celebración, es fiesta de memorial y de acción de gracias.

¿Qué hay en una fiesta?

Una ocasión: cumpleaños, primera comunión, boda, etc. Aquí: es el misterio pascual de Cristo, que él mismo nos encomendó celebrarlo en memoria suya; que la Iglesia lo celebra con sentimientos de acción de gracias por la redención llevada a cabo a favor nuestro.

Una invitación: la persona o familia celebrante nos invita. Aquí es la Iglesia la que nos invita; la Iglesia que se hace parroquia, comunidad cristiana, familia cristiana...Ese es el sentido del mandamiento de ir a la Misa cada domingo.

Una reunión: es la forma normal de celebrar una fiesta: la gente se reúne en un lugar al que nos han convocado: restaurante, club, casa de la familia, etc. Aquí es normalmente la iglesia parroquial, santuario, capilla o salón...

Unos signos: para una fiesta el lugar se prepara adecuadamente: mesas, flores, conjunto musical, etc. y luego se sirven bebidas y alimentos, se platica, se baila, se canta y se hacen brindis.

En la Misa: se hace un canto de entrada, a veces el sacerdote, que representa a la Iglesia y a Cristo, sale a la puerta a recibir a los invitados o los saluda desde la sede o el altar; después se hacen algunas oraciones para entrar en contacto con Dios, que es el principal anfitrión; vienen luego las lecturas de la Biblia en las que Dios y la Iglesia nos explican el sentido de la celebración; se intercalan cánticos relacionados con las lecturas (Salmo, Aleluya); luego viene el discurso, que se llama homilía, en la que se explica más detalladamente el sentido de la fiesta. A través del Credo, la asamblea confirma estar de acuerdo con lo que se ha proclamado y explicado. En la segunda parte de la celebración se presentan al sacerdote y a Dios los dones del pan y del vino, con los que se celebrará el sacrificio y el banquete, se hacen varias oraciones de alabanza, de recuerdo de los misterios de Cristo, de petición y, finalmente, se invita a todos a comer y beber el cuerpo y sangre de Cristo y así asumir el misterio que se celebra de una manera que compromete: es una alianza que aceptamos en el cuerpo y sangre de Cristo para vivir como creyentes cristianos, es decir, discípulos, seguidores y testigos de Cristo. Finalmente, el sacerdote nos despide con su bendición, dándonos la paz de Dios para que vayamos al mundo a dar testimonio de lo que hemos celebrado.



Comenzamos la celebración


Canto de entrada

Saludo de bienvenida del celebrante: Que el amor de Dios Padre, la paz de Jesucristo y la gracia del Espíritu Santo estén con ustedes.

El rito que sigue al saludo es el acto penitencial: por éste nos ponemos en presencia de Dios reconociendo que venimos aquí a renovar nuestra amistad y comunión con Dios, que las hemos contrariado de diversas formas, con conductas no de acuerdo al amor que Dios nos tiene. Por ello, pedimos perdón a Dios y a los hermanos. También al prójimo, puesto que siendo miembros de una comunidad, de una sociedad humana y creyente, nuestros actos o conducta no recomendable ofende y perjudica el bienestar o buen nombre de nuestra comunidad y familia en la fe. En las fiestas se canta el Gloria, canto de alabanza y acción de gracias a Dios.

La primera oración que hacemos se llama colecta, en ella se presenta o recoge la intención principal de la fiesta que se celebra en la Misa.

Siguen las lecturas, que en las fiestas son tres: la primera del Antiguo Testamento, la segunda del Nuevo Testamento, la tercera de los Evangelios. Cuando hay una fiesta las lecturas están relacionadas con las misas; en otras ocasiones la Iglesia nos ofrece, tanto para los domingos como para los días entre semana varios programas de lecturas, que se dividen en ciclos (tres, para los domingos) o años (dos, para los días semanales).

A las lecturas sigue una explicación de las mismas para aplicarlas a nuestra vida por medio de lo que llamamos homilía, que la hace el ministro que preside la Misa.

Las preces de los fieles son una forma de incorporar a la celebración a toda la Iglesia y a todo el mundo. Normalmente se pide primeramente por la Iglesia, después por las autoridades civiles, en tercer lugar por los necesitados de la sociedad y de la Iglesia, y finalmente por las intenciones de los que celebran la Misa y algunas otras intenciones particulares,



*** Llegamos a la segunda parte de la Misa, que se llama liturgia eucarística y la iniciamos con la presentación de las ofrendas; además del pan y del vino se pueden presentar otras cosas, inclusive la colecta, para asistir a los pobres o necesitados de la comunidad eclesial o de otra comunidad que tenga necesidad. No se ofrece el pan y el vino ni ninguna otra cosas en este momento, solamente se preparan y se presentan.

El Prefacio: es una oración de acción de gracias y alabanza en la que se recuerda algún misterio de la vida de Cristo para concluir con una aclamación comunitaria, que es el santo, que normalmente se canta.

Oración invocatoria del Espíritu sobre los dones que van a ser consagrados en el cuerpo y sangre de Cristo. El Espíritu tiene un papel decisivo en la vida de Jesús, y más todavía en la vida de la Iglesia, por ello lo invoca en todos los momentos importantes. La acción santificadora del Espíritu divino se significa externamente al colocar las manos el sacerdote sobre las ofrendas, un gesto típico de consagración y de bendición, que también se usa en otros sacramentos, sobre todo es importante en la ordenación sacerdotal.

Consagración: en el relato de una parte de la última cena de Jesús con sus discípulos, en la noche en que fue entregado por Judas a sus enemigos, se lleva a cabo la consagración del pan y del vino, que se convierten misteriosamente en el cuerpo y sangre de Cristo, aunque los accidentes permanecen los mismos.

Aclamación: esta acción milagrosa es un gran misterio; misterio porque no podemos entenderlo, pero misterio también porque se convierte en un acontecimiento sagrado que nos va a dar la salvación si comulgamos con él aceptando la vida de Cristo. Por ello, a la invitación del sacerdote que dice: ESTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE,

Respondemos: ¡ANUNCIAMOS TU MUERTE, PROLAMAMOS TU RESURRECCIÓN, VEN SEÑOR JESÚS!

Oración de memorial: es la oración que vamos a decir ahora, acabada la consagración, en la que vamos a recordar los misterios pascuales de Cristo, en cuya memoria o recuerdo, ofrecemos a Dios el pan de vida, que es el cuerpo de Cristo, y el cáliz de salvación, con la sangre de Cristo, las únicas ofrendas dignas de Dios, porque son ofrendas espirituales, es decir, ofrendas en las que está contenida la vida de Cristo, hecha de obediencia al Padre, que es el sacrificio que Dios quiere de nosotros: obedecer sus mandamientos, seguir su voluntad, como lo hizo Jesús toda su vida, por ello dijo en el huerto de Getsemaní, como preludio a este sacrificio: “Que se haga, padre, tu voluntad y no la mía”.

Oración de intercesión: “Acuérdate de tu Iglesia...”; aquí pedimos por la Iglesia, por la Iglesia militante, para que ella, salvada y santificada por este misterio Pascual, viva en la unidad del amor bajo la jerarquía, también por la Iglesia purgante, para que pueda gozar pronto de la plenitud de la vida del reino en el cielo: es el momento en que pedimos por nuestros difuntos.

Doxología u oración de glorificación: toda la oración eucaristía se concluye con una oración de alabanza a Dios Padre y Espíritu por el misterio pascual de Cristo. A esta oración, que puede hacerse cantada, la asamblea responde con una AMEN, que es una ratificación personal y comunitaria de esta alabanza dirigida por el ministro. Es como un breve resumen de todo lo que la Eucaristía quiere hacer: un sacrifico de alabanza y acción de gracias por el misterio salvador de la muerte y resurrección de Cristo.

Rito de la comunión: dentro de la Oración eucarística, la última parte es la comunión, por la que nosotros asumimos el sacrificio de Cristo. Al comulgar el cuerpo de Cristo y su sangre, nos identificamos espiritualmente con los sentimientos de Cristo al entregar su cuerpo, al derramar su sangre, al ofrecer su vida por la gloria del Padre y por nuestra redención. Si estamos dispuestos a vivir una vida inspirada en la de Jesucristo, podemos comulgar, y esa comunión se convierte en un signo eficaz porque puede hacer realidad en nosotros lo que celebramos, en la medida de nuestra fe, puede hacer que nosotros vivamos haciendo la voluntad de Dios y procurando el bien del prójimo, aun a costa de nuestra vida.

La preparación inmediata para la comunión incluye el rezo del Padrenuestro y el signo de la paz. Con este signo vamos a hacer realidad lo que pedimos en el Padrenuestro: la reconciliación con Dios y con el prójimo, que es uno de los propósitos de la muerte de Cristo: reconciliar a todos los hijos de Dios y unirlos en una familia, en una comunidad: la Iglesia.

Cordero de Dios: a Cristo, que como un cordero es sacrificado por nosotros, le pedimos que nos perdone y nos dé la paz, como gracia preparatoria para comer dignamente su cuerpo.

Este es el Cordero: al mostrar el cuerpo de Cristo se hace una invitación a comerlo, a participar del banquete. La asamblea responde con las palabras del centurión romano, que son una señal ejemplar de fe: “No soy digno.. pero di una palabra y quedaré sano y salvo”.

Comunión: normalmente comulgamos con el cuerpo de Cristo, que está en la hostia, pero también podemos comulgar con la sangre de Cristo, bebiendo del cáliz. La sangre de Cristo, además de significar esa sangre que Él derramó como sacrificio salvador por nosotros, es el símbolo del cáliz del triunfo, símbolo del brindis por el que significamos la resurrección de Cristo y su entrada en la gloria, por tanto, también la nuestra. Una Misa sin comunión es una Misa sin compromiso personal; y la comunión sincera es una forma de conversión, de manera que todo el que no está excomulgado puede participar en la comunión si ha participado activa y responsablemente en la Misa, ya que la comunión conlleva reconciliación con Dios y deseo de vivir de acuerdo al ejemplo de Cristo. ¿Basta una comunión espiritual? En la intención de Cristo no basta, por ello nos dijo: “tomen y coman, tomen y beban”. Los signos externos, nos dice el magisterio de la Iglesia, expresan, alimentan y fortalecen la fe.


Rito de conclusión de la Eucaristía:

Este rito tiene tres partes: la oración, en la que se pide que la participación en la Misa, sobre la comunión del cuerpo de Cristo, tenga frutos verdaderamente cristiana en la vida que sigue a la celebración; la bendición, que es una forma de desear que Dios nos acompañe con sus dones para que podamos realmente ser consecuentes con lo que hemos celebrado; el envío, que es una forma de hacernos conscientes y responsables de que seamos ante el mundo signo de Cristo. En la Misa se realiza la totalidad de la vida del cristiano: la vocación o llamada, por la invitación que nos hace la Iglesia a celebrarla; la santificación, por las gracias que se nos dan en ella, sobre todo al recibir el cuerpo de Cristo; la misión, por el envío que se nos hace ahora al decirnos que vayamos en paz, envío a ser testigos del misterio pascual de Cristo por medio de nuestra vida, llamada a ser “luz del mundo y sal de la tierra”.

El canto de salida es parte de este envío, acompaña la salida del lugar donde hemos celebrado la Eucaristía, salimos llenos de gozo porque nos sentimos renovamos por la gracia de Dios, por su amor, y fortalecidos por su Espíritu para llevar al mundo al buena nueva del Evangelio: “Que tanto ama Dios al mundo que le dio a su Hijo Jesucristo, para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna”

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