III DOMINGO DE ADVIENTO

III DOMINGO DE ADVIENTO


Is 61,1-2A.10-11, 1Tes 5,16-24, Jn 1,6-8.19-28


El Mesías era ante todo testigo de Dios. Él estaba ungido por el Espíritu del Señor. Dios le envía con una misión especial: proclamar su Palabra. A través de Él, Dios anuncia la Buena Noticia y viene a consolar con un programa de misericordia.
El Mesías es el siervo. La Buena Noticia consiste en curar, sanar, pregonar, proclamar. Es Dios mismo quien cura las heridas de su pueblo, a quien mima en el desierto de la vida con la certeza de la salvación. Dios sabe mitigar los dolores de los pequeños y venda los corazones rotos por el egoísmo infranqueable de la vida. Dios cura con amor a los suyos. El corazón para un hebreo es el centro de los afectos y de la personalidad. El corazón de Israel estaba roto por las calumnias de los poderosos, las amenazas de los militares, la burla de los conquistadores. Dios sana el corazón de su pueblo. Dios sigue hoy vendando los corazones de los hombres, alentando con el soplo de la libertad los corazones rotos de la humanidad, angustiada de miedos y esperanzas (Is 61,1-2.10-11).

El Apóstol san Pablo es consciente de la función de la Iglesia en la celebración y quiere alegría, oración, acción de gracias. Pero sobre todo, no apagar el Espíritu, es decir, la comunidad debe tener siempre presente el discernimiento y para ello ha de dejarse invadir por el mismo Espíritu. Así, el bien será acogido y el mal rechazado (1Tes 5,16-24).

Juan era testigo de la luz y de la vida. El último vocero del AT escribió la página de la vida al proclamar y canto de la historia. La existencia de la Palabra entre los hombres tuvo al principio un testigo y un profeta. Juan es el comienzo del evangelio y ocupa un lugar importante en el misterio de Jesús.
El Bautista es un enviado y un mensajero de Dios. El heraldo prepara el camino al Señor, tiene las mismas características que Moisés (Ex 3,10-15), los profetas (Is 6,8), y el mismo Jesús (Jn 3,17). El testigo y el testimonio van unidos en el pensamiento del evangelio de san Juan. El Bautista es un testigo excepcional para la obra y el ministerio de Jesús. Juan era testigo y profeta, que prepara los caminos del Enviado del Padre y lleva a los hombres a la luz de Jesús. Aunque, como indica el evangelista “Juan era como una lámpara que ardía y brillaba y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz” (Jn 5,35). Juan es como el puente entre la Antigua y la Nueva Alianza. El Bautista es testigo conductor de los hombres, signo de la presencia de Dios para prepararlos a aceptar al Verbo de la vida (Jn 1,6-8.19-28).

En clave franciscana: Si releemos todo a la luz de la vida de Francisco, veremos que no podemos dejar de estar alegres ya que el mismo Dios que se nos anuncia y comunica es “nuestro gozo y nuestra alegría” (AlD 4). De ahí que debamos estar alegres (1R 7, 16) no tanto por las cosas buenas que hacemos (1R 17,6), sino por lo que hace Dios en nosotros (Adm 20, 1).

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