II DOMINGO DE ADVIENTO

II DOMINGO DE ADVIENTO

Is 40, 1-5.9-11, 2Pe 3, 8-14, Mc 1, 1-8

El pregonero sube a un torreón medio derruido y desde allí contempla la hermosura de Jerusalén. Ya no es ciudad exuberante, pero aún queda tiempo para la esperanza. Y el profeta entona una canción. El contenido de su mensaje es para todos.
El grito profético supera todas la antiguas expectativas anunciadas por otros profetas. La liberación está ya cerca, el Señor viene de camino. Dios viene a través de alguien que no es judío sino pagano, Ciro el emperador de Persia, que devolverá a los desterrados a su país, reconstruirá la ciudad y restaurará el templo.
Jerusalén se sentirá consolada y su culpa perdonada. De todos los rincones del orbe llegarán ofrendas y todos verán la gloria de Dios. El profeta que es consolador de esperanzas truncadas, de ideales rotos, se convertirá en heraldo de las Buenas Noticias e invita a preparar el camino al Señor. Llama a una vida conforme a la Alianza, invita a un comportamiento ético y consecuente. Los caminos se preparan con amor, para que todos los peregrinos avancen sin miedo por el camino de la paz que lleva a Dios (Is 40, 1-4.9-11).

En la segunda carta, Pedro les presenta a los cristianos una visión, un anuncio de la venida del Señor que los enemigos de la fe cristiana niegan. El Apóstol argumenta que el retraso de la venida de Dios se debe a la paciencia divina: Dios quiere la conversión de todos. Esta conversión consiste en una vida coherente y fiel a la vocación recibida (2Pe 3,8-14).

Juan Bautista es “la voz que grita en el desierto: preparar el camino al Señor, allanad sus senderos”. La voz debe preparar el camino del Señor en el desierto. ¿Qué desierto es al que se refiere el Evangelio?
El desierto está ligado al camino y a los senderos en toda la tradición veterotestamentaria. El desierto es la vida misma donde todos estamos insertados y en ella necesitamos encontrar los caminos que llevan a Dios. Juan Bautista es la última voz del AT. Él es como el ángel que precede y guía al pueblo hacia la Nueva Alianza, como el nuevo Elías que anuncia al Mesías encargado de reunir al pueblo en el desierto, de todas las naciones y evoca la purificación, la penitencia de todos a través del agua del Jordán. Así prepara el camino del Señor (Mc 1,1-8).

En clave franciscana: Solo Dios puede sacarnos del desierto, de una vida sin sentido (OfP 1, 10; 2, 1.12; 4, 10; 14, 2.3). Es Dios quien liberó a los cautivos israelitas (OfP 14,7), y es el mismo Dios el que nos libera por medio de Jesús (2CtaF 14-15). La salvación “nos viene del Señor” (AlD, 6).
Pero la salvación, aunque ofrecida por Dios, debe ser continuada por nosotros; de ahí que haya que convertirse; es decir: dejarse salvar, dejarse sacar del desierto, crecer en el amor más y más, y así hacer posible que los demás vean la salvación de Dios.
Francisco, en un momento determinado de su vida, sintió la necesidad de empezar a convertirse al Señor dejándose sacar del desierto, dejándose salvar por Él ( Tes 1-3). (1R 22, 9-17).

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