Año de la Fe: Encuentro con Cristo
19:40
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Una de las dimensiones o experiencias más importantes de nuestra fe, hoy y siempre, es el encuentro personal con Cristo. El mismo Jesús había preguntado en una ocasión a sus discípulos sobre qué decía la gente y ellos mismo sobre él (Mt 16, 13-20). Vemos que, aunque en un principio les pregunta sobre lo que dice la gente, no le basta esa respuesta, él quiere saber qué piensan sus amigos los apóstoles sobre él. Obviamente para que uno pueda dar una respuesta responsable, ateniéndose a las consecuencias, sobre alguien, necesita conocer personalmente a esa persona. Por ello el Papa nos dice en su carta Apostólica: “He recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (n. 2). A través de esto podemos pensar que el Papa nos está diciendo que nuestra fe tiene una dimensión vivencial e interpersonal con la persona en que creemos.
Pero a esa dimensión de encuentro personal el Papa añade otro aspecto y es que el encuentro con Cristo no se da de una vez para siempre sino que debe renovarse, es decir, enriquecerse, personificarse, fortalecerse, con el paso del tiempo en el camino de la fe. Desde nuestra experiencia de relaciones humanas, podemos entender que, nuestra relación con los amigos no se da una vez cada muchos años sino siempre que tenemos oportunidad; además, la relación que tenemos con ellos es diferente en el pasar del tiempo. Cuando somos niños y jóvenes nos reunimos con los amigos para jugar, para hacer tareas, para fiestas y cosas semejantes. Cuando somos ya mayores, profesionistas o padres de familia, nos juntamos para hablar de negocios, para fiesta familiares, para platicar sobre problemas de la vida, para pedirnos ayuda en alguna necesidad. Por ello, nuestra mirada a Jesús, la imagen que de él vamos a buscar o tener, irá cambiando con el tiempo. Por ejemplo, en lugar del niño Jesús, con quien nos identificamos de niños, más adelante nos interesará ver a Jesús en su trato con la gente o escuchar sus enseñanzas; quizá nos consuele en una situación difícil el ver que él tiene miedo, que acude al Padre, que es fiel aun a costa de su propia vida.
En el número primero de esta carta nos había dicho el Papa que “profesar la fe en la Trinidad equivale –entre otras cosas- a creer en Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo”. El encuentro con Cristo, por tanto, va a incluir el profundizar nuestro conocimiento y experiencia del misterio pascual, como diría san Pablo, “conocer a Cristo y el poder de su muerte y de su resurrección y hasta hacerme semejante a él en su muerte tratando de llegar a la resurrección de los muertos” (Fil 3, 10.11). No será posible para nosotros tener un conocimiento objetivo o realista de Cristo, si no lo contemplamos en su misterio pascual: en sus actitudes altruistas hacia el Padre, buscando su gloria, obedeciéndole hasta el final, y teniendo en cuenta nuestra ventaja espiritual, que él lo expresa en las palabras de san Juan cuando dice: “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).
Nos dice también el Papa que “el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo” (n. 6). Y esta conversión incluye conocer el misterio del amor de Dios, manifestado en Jesucristo que nos salva; en otras palabras encontrarnos con Cristo como nuestro salvador. Y, de hecho,“es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar; con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación” (n. 7).
Al proponernos los modelos de fe, el Papa nos dice: “Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, que inició y completa nuestra fe (Hbr 12, 2), en el encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano”. Y añade: “Todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección” (n. 13).
Para concluir recordamos las palabras del Papa al finalizar su carta: “Que este año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero”. Pero, ¿cómo sabemos que ese conocimiento personal con Cristo, que es fruto de nuestro encuentro con él, es verdadero y no sentimental? Jesús nos dice después de haber lavado los pies a los doce: “Les he dado ejemplo para que ustedes hagan como yo he hecho con ustedes” (Jn 13, 15). Como nos dice el Papa, se tiene que ver en nosotros “el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo”. Hoy la gente necesita no sólo de testigos, como nos había dicho Pablo VI hace muchos años, sino de testigos entusiastas o testigos entusiasmados de Cristo. Este va a ser uno de los frutos de renovar nuestra fe en este año: encontrar el gusto por dar testimonio de Cristo ante todo el que lo necesite o lo busque. Que, aunque lo sigamos con “la cruz de cada día”, lo hagamos con entusiasmo, ya que la cruz de Cristo es “fuerza y sabiduría de Dios para los creyentes” (1 Cor 1, 24).
Fr. Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap
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