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    Los Capuchinos somos la rama más joven de los franciscanos, remontándonos a 1525…

La vida histórica de Jesús es vida mía

Jesús de la historia – Cristo de la fe

Tantos…, tantos libros se han escrito de Jesús… Hasta yo mismo quisiera escribir un li-bro de Jesús, ¡y ojalá que como nadie lo ha escrito todavía…! Audaz pretensión del amor que vuela con alas desplegadas. El Papa escribió su libro de Jesús, titulado “Jesús de Naza-ret” (año 2007, 447 páginas). La primera parte va del Bautismo hasta al Transfiguración; la segunda hasta el final, y a lo mejor aparece antes que este artículo. Y la tercera, que él sue-ña, sería lo que se llama “El Evangelio de la infancia”, que es lo último que se escribió de la vida y misterio de Jesús.
En el Prólogo advierte: “Sin duda, no necesito decir expresamente que este libo no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor (Sal 27,8). Por so cualquiera es libe de contradecirme. Pido solo a los lec-tores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no ha comprensión posible” (p. 20).
Ya hace mucho tiempo entre los investigadores sabios nació, como una etiqueta, esta fórmula, que en modo alguno es inocente: “El Jesús de la historia y el Cristo de la fe”.
Tú, cristiano sencillo estás leyendo el Evangelio, tal cual suena (porque el Espíritu Santo lo inspiró así); pero, ¡atención!, eso que tú lees no es el Jesús de la historia…; es el Cristo de la fe. Es la vida de alguien, ciertamente admirable, que existió y tajo un mensaje del todo excepcional…, pero lo que tú lees está todo recompuesta por el Cristo de la fe.
Este pensamiento ya se huele por donde va…; tiene unos matices de verdad; peo, si no se explica con detalle, es peligrosísimo y a la postre falso.

La historia de Jesús, que solo desde el amor pudo escribirse

La historia de Jesús no es la historia de “alguien…”, que “anduvo por ahí…”; de ningu-na manera. Eso sí sería la historia falsa de Jesús. La historia de Jesús es la historia del Dios de mi vida, frente al cual de ninguna manera puedo yo quedar impasible y neutral. Lo que Jesús hizo, lo que Jesús dijo de tal manera me atañe personalmente a mí que no es posible que jamás se hubiera escrito la historia de Jesús, sin escribir la historia de la pasión de mi vida.

Reglas de lecturas

Hermano compañero de ruta, tú no puede decir: Yo “paso” de Jesús, porque a mí ni me va ni me viene; porque, si lo dijeras, estás haciendo traición a lo íntimo de tu ser, que miste-riosamente te está llamando. Por tanto, la lectura histórica del Evangelio tiene dos reglas.
La primera: Para hallar al Jesús escueto y verdadero de la historia, tiene que enamórate de él. Mientras no te enamores, mejor que no comiences a estudiar en serio…; si quieres, superficialmente, sin darle mayor importancia al asunto.
La segunda: Si estás enamorado de Jesús, ahora sí puedes pasar al estudio riguroso y crítico de los Evangelios. A lo mejor muchas ideas o suposiciones van a caer por tierra. La figura de Jesús no caerá, y, por ello, tu amor se encenderá más, que esto es la finalidad di-recta de los Evangelios.

Y como colofón, si estás enamorado de Jesús, no tengas miedo de disfrutar a raudales de los episodios de la vida de Jesús, de que nos hablan los Evangelio. Métete tú dentro, escucha y admira, porque sucede que este Evangelio se ha escrito para que yo lo disfrute y saboree.

“Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Él les dijo: “Venid y veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día” (Jn 1,38-39).
Esto es verdad, y pienso que no hay otro modo de recuperar la historia de Jesús, que en todos sus puntos me atañe a mí.
Es que La vida histórica de Jesús es vida mía. Un lector inteligente rompe barras y en-tonces desde la fe, lee y se deleita en la historia de Jesús de Nazaret.

Fr. Rufino María Grández

Los Frutos del Espíritu

Escenas del CENÁCULO

Y no es RESURRECCIÓN

La Iglesia y la Roca

Lo más grande que nos puede ocurrir en la vida

Lo más grande que nos puede ocurrir en la vida es el habernos encontrado con Jesucristo y habernos enamorado de él. En realidad encontrarse y enamorarse es todo uno, porque, de hecho, no hay un encuentro si no hay un amor que nos coge del todo: el cuerpo, el corazón, el alma…
Los obispos de América Latina y Caribe, reunidos en Aparecida (mayo 2007), escribieron en el “Documento de Aparecida”: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestras palabras y obras es nuestro gozo” (n. 29).

La segunda cosa más grande que nos puede ocurrir en la vida es haber encontrado a la Iglesia. Puede ocurrir que uno vaya todos los domingos al templo y no haya encontrado todavía a la Iglesia. ¿Qué es haber encontrado a la Iglesia? Lo que se dijo en las líneas anteriores: haberse enamorado de la Iglesia.
A lo mejor habría que arrancar de una pregunta primera:
- ¿Qué es la Iglesia?
- Pues ¿qué va a ser la Iglesia, sino el Papa y los Obispos y los Cristianos…, todos juntos?
- Sí y no, y más no que sí. La Iglesia de Dios Padre es la Iglesia de su Hijo amado. Sin la presencia inmediata del Hijo amado, de Jesús de Nazaret, la Iglesia sería nada y nadie.
De modo que la Iglesia es la presencia de Jesús, por el Espíritu Santo, en el papa, en los obispos, en los pobres, en los pecadores, en los despreciados y aplastados, en los santos, en las almas purísimas… y hasta en los asesinos.


La Iglesia es la Roca de Jesús

En los Evangelios el pasaje principal, al menos el más citado, acerca de la Iglesia es aquella escena llamada “la confesión de Pedro” (Mateo 16,13-19). Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es él; luego: “Pero vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Entonces Simón (que a partir de ahora se llamará Pedro) “confiesa la fe”: le da a Jesús un título divino: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
Esto no lo sabe el discípulo por sí; se lo ha enseñado Dios, porque ¡Dios habita en nuestro corazón! Y Jesús le responde: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”.
Esta escena ocurrió en vida de Jesús, y se escribió varios decenios después.
Nada obsta para que, al recordar las palabras de Jesús y comprenderlas con una profundidad nueva, se puedan ajustar detalles y palabras… Cuando estas cosas se escriben, ya Comunidad Cristiana, que llamamos “Iglesia” (o Asamblea sacra), ya lleva años de marcha, está organizada, jerarquizada…, y ya ha empezado el combate de los enemigos.
Jesús había predicado el Reino de Dios, Reino o “reinado” de Dios abierto al mundo entero, y ahora habla de la Iglesia, la Asamblea de los discípulos. Pero esta Iglesia, según las palabras del Señor, es la Iglesia del Reino. Sí, Iglesia del Reino y para el Reino. Llegará un momento, que solo Dios sabe, en que la Iglesia habrá pasado y sólo existirá el Reino, y, como dice san Pablo, “Dios será todo en todos” (1Corintios 15,28).

Esa es nuestra Iglesia

Nuestra Iglesia es, ni más ni menos, que la Iglesia de Jesús. Sería raquítico pensar: la Iglesia es el Vaticano. La Iglesia está en el Vaticano, pero no es el Vaticano. Porque el Vaticano puede perfectamente desaparecer, como un día desaparecieron los Estados Pontificios, y la Iglesia, de la que nos enamoramos, porque es la Esposa de Cristo, sigue igual… La Iglesia de enamorar nos la tiene que revelar Jesús, como el Padre reveló a Simón quién era Jesús.
Escribo desde México, desde una parroquia que se llama de la Parroquia de la Preciosa Sangre de Cristo. ¡Cuántos matrimonios a la buena de Dios…, bien lejos de papeles, que habría que arreglar…! Y de ponto una humilde mujer, que acaso justo tenga la primaria, te dice: Padre, ¿podría ayunar un día a la semana por la santidad de los sacerdotes?
Esa es la Iglesia viviente, vivísima, de Jesús, que te enamora.


Fr. Rufino María Grández

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