EL QUE NO SUEÑA, NO VIVE

EL QUE NO SUEÑA, NO VIVE
El sueño de una comunidad que quiere vivir

            Esta frase pertenece al discurso de Ana Mª Matute al recibir el premio Cervantes en la pasada edición de los mismos. Sin soñar, se está muerto. Los sueños, los “inventos” mueven el corazón y la vida de las personas. Eso es un dinamismo. ¿Puede hablar una comunidad de “soñar” cuando ha palpado la fragilidad de sus personas y de su propio proyecto? La debilidad es compatible con los sueños, siempre que se sea mínimamente realista. Más aún, los sueños refuerzan la mística comunitaria cuando se intenta llenarlos de contenido. Abandonar los sueños lleva a enmudecer el proyecto de vida común. Y si el proyecto enmudece ya no queda como salida más que el sálvese quien pueda. Por el contrario alimentar sueños, compartirlos, perseguirlos, acariciarlos, asumir su desinfle cuando se desinflan son cosas que unen fuertemente a una comunidad.

  • No es de ingenuos tener sueños: Hablamos de sueños, no de ensoñaciones por las que no se mueve un dedo para que se hagan realidad. El dinamismo del sueño ha de ir acompañado de un evidente arremangarse para tratar de ir tras él. No importa si el sueño se cumple o no. Tenerlo ya es una suerte. Por eso, tiene sentido acariciar sueños, aunque no terminen de cumplirse del todo, o poco (o nada incluso). Mejor si se comparten, porque todo lo compartido sale potenciado. Son necesarios grandes y pequeños sueños.  Éstos nos son más cercanos, personales, cotidianos. Pero aquellos son también necesarios (el futuro del mundo, del Evangelio, de la solidaridad, etc.).

¿Cómo una comunidad adulta puede mantener vivos los sueños? Ha de ser tarea deseada, diaria, mezclada a lo social, mirando en la dirección del corazón, de lo vivo de la persona. Habría que apuntar a sueños “imposibles”: que la valla del corazón sea cada vez menos obstáculo, que los anhelos del otro saquen brillo a mis ojos, que  creamos 8ahec falta “fe”) que los sueños brotan cuando se es sensible y “jugoso” por dentro. Para ello, no sucumbir a la sequedad del alma, no ponerse en actitud de saberlo todo, de haberlo visto todo, no ir con el prejuicio por delante.

  • ¿No estamos para utopías?: Eso es lo que dicen algunos: que impera el pensamiento único, que el neoliberalismo arrasa, que la colonización cultural llega a todos los rincones de la tierra, etc. Y es verdad en parte. Pero la utopía sigue echándose al monte, que diría Serrat, y es necesaria como el pan de cada día. ¿Para qué sirve? Como dice Galeano, para andar, para no quedarse quieto, para no dormirse en el sueño de las potencias, para no arruinar la ilusión. Algo debe tener la utopía cuando el sistema la teme. Si fuera inocua, no la temería. Para nosotros puede ser un antídoto contra la rutina, que, quedamente, lo amenaza todo.

Es cierto que nuestros “sistemas” de vida comunitaria dan lo que dan (como todo “sistema”). Y, a veces, palpamos con fuerza los límites de esos sistemas. Pero también es cierto que la vida común vivida con alma puede alimentar nuestras más elementales utopías: la vida en bondad y disfrute, la libertad responder a las cuestiones elementales de la vida, la gozada de construir un camino de fe más allá de los meros parámetros de lo religioso, la posibilidad de vivir lo social con lucidez y humanidad hermanadas, una cierta vida “adespótica” a pesar de todo, en libertad.

  • El berbiquí de las preguntas: Un síntoma de tristeza y de muerte es que no se hagan preguntas (ya lo dice Jn 16,6). La pregunta, en sí misma, es ya un valor. Si hay respuesta, mejor; si no la hay, la pregunta nos espolea a buscar. Por eso, la pregunta tiene un valor en sí misma. Una persona, un grupo, una sociedad que no pregunta, es una realidad opaca, gris, casi muerta. No habría que cansarse de preguntar. Es síntoma y test de “juventud”. Por supuesto, habrá que preguntar con respeto y alejados de cualquier violencia o trampa.

La vida comunitaria puede ser un buen marco para las preguntas (no sé si tanto para las respuestas). La vida fraterna puede ayudarnos a la estimable tarea de mantener vivas y en pie las preguntas que no tienen respuesta 8empenzando por muchas de las actuaciones personales). Puede también colaborar a situar delante las preguntas interesantes: ¿por qué somos tan frágiles y como amar con la fragilidad incluida? ¿Por qué necesitamos tanta luz para iluminar lo oscuro? ¿Por qué cuesta tanto que brote la justicia para los náufragos?
 
  • La “loca” imaginación: Porque eso se nos ha dicho siempre, que era “la loca de la casa”: Algo de verdad tiene la cosa. Pero no es solamente locura, es también previsión por agradar, amar, ponerse en la persona del otro, preparar para que el otro viva mejor. Es, en definitiva, ponerse en el lugar del otro no solamente porque se le compadece, sino porque se le ama. Sin imaginación no se puede amar y tampoco creer (la fe si imaginación es algo un realidad muerta que mata).

Una vida común imaginativa, escapando siempre de la paralizante rutina. Una imaginación puesta al servicio del disfrute común, del bienestar común. Una falta de pudor para trabajar detalles que pueden parecer insignificantes pero a los que el amor llena de algún significado. Una actitud de fondo siempre previsora ante el otro, porque se piensa en él, se ora por él, se quiere que él viva en disfrute sosegado. Imaginación para imaginar una vida común en fácil sintonía con la realidad de los que tienen alguna dificultad.

  • Educar el deseo: Para que el deseo no sea mero capricho. Sin deseo estamos muertos. Hay que educarlo para que sea un deseo humano y social (aquello de que “el reino venga). Los deseos compartidos engendran amor; no compartidos, pueden derivar en caprichos inaceptables.

Compartir deseos es hacer comunidad en el cimiento de lo que somos. ¿Por qué no se puede soñar en un tipo de relación comunitaria donde compartir deseos sea posible? Una vivencia de Jesús como deseo compartido, una vivencia de lo social como deseo sintonizado por todos, una vivencia de la espiritualidad como anhelo e intuición común, una percepción de lo creado como casa común que se disfruta y ampara a la comunidad.

  • Las buenas pasiones: Porque casi siempre se nos ha dicho que son malas. Y las hay; pero también las hay buenas: la pasión por la belleza, por la justicia, por la espiritualidad, por el trabajo, por el deporte, etc. La mejor pasión es la pasión por lo humano; es la madre de todas las buenas pasiones. Cuando la pasión es fiel, mantenida, constante, “añeja” pero viva, es de buena calidad. La pasión de un momento tiene un interrogante encima. Y cuando la pasión se traduce en entrega y generosidad, la repera.

Una comunidad con un cierto apasionamiento, sin caer en las garras del desaliento. Un aire de libertad que, a veces, se pone por montera a la sensatez. Una intensidad en lo que se vive cada día que no deja mucho resquicio a los cansancios deteriorantes. Alimentar pasiones en comunidad, puede ser un hermosísimo sueño.

¿Puede esta “mística” ayudar a revitalizar una comunidad? Mirando la cruda realidad podría parecer todo esto “música celestial”. Pero, por lo menos, hablemos de ello, pongámosle el rostro de la palabra, compartámoslo. Y luego, que sea lo que Dios quiera. Pero renunciar a estos horizontes sería empobrecer mucho nuestra vida comunitaria. No lo hagamos en pro de la sensatez. Porque si lo anterior es insensato, ¿a qué nos vamos a agarrar?


Fr. Fidel Aizpurúa Donazar, OFMCap

0 Response to "EL QUE NO SUEÑA, NO VIVE"

Publicar un comentario

powered by Blogger | WordPress by Newwpthemes | Converted by BloggerTheme